Siempre me recuerdan lo mucho que lloré el día que nació,
quería ir a dormir con papá…y revolucioné a toda la familia hasta el punto de
que en mitad de la noche me tuvieron que llevar a junto a él. También lloré el
día que llegó a casa, pues fue el momento en que descubrí que los nueve meses
anteriores habían estado repletos de mentiras: no sabía jugar, no sabía hablar…¡aquel
bebé no sabía hacer nada! Con el tiempo, poco a poco, aprendí a disfrutar de mi
hermana pequeña, fui capaz de aceptar que le pusiera a todas nuestras mascotas
nombres horteras y cutres, superé que aprendiera a ir con dos ruedas en la bici
antes que yo, incluso tuve que tragarme todo el orgullo de hermana mayor aquel
día que tuvo que enseñarme a bajar de una media luna (sin éxito, por cierto).
Me paro a pensar y realmente no puedo imaginarme mi vida sin
ella, no sería yo, no habría disfrutado todo lo que he disfrutado en estos 21
años. Nos peleamos, nos pegamos, nos insultamos muchas veces…pero todo eso
puedo lo olvido en un solo segundo cuando nos ponemos a hacer el tonto con el
karaoke, porque sin ella jugar a conciertos nunca hubiera tenido éxito, porque
mi barbie nunca hubiera tenido un ken…y le tengo que dar las gracias por todos
y cada uno de los días de estos 21 años, por alegrarme, por hacerme feliz, por
soportar todas mis tonterías…por ser así.
Siempre hay tiempo para soñar. Siempre hay tiempo para dejarse llevar por una pasión que nos arrastre hacia el deseo. Siempre es posible encontrar la fuerza necesaria para alzar el vuelo y dirigirse hacia la más alta de nuestras metas... y es allí arriba el único lugar donde podemos desplegar nuestras alas por completo, en lo más alto de nosotros mismos, en lo más profundo de los sentimientos y de nuestras inquietudes, solo allí podemos abrir los abrazos y volar.
Si puedo verlo puedo alcanzarlo, si hago el esfuerzo puedo lograrlo.